Aquel beso no dejó indiferente a ninguno de los dos, no lo esperaban, no lo planeaban, simplemente sucedió, cuando se acercaron para despedirse, sus labios tenían tantos deseos de acercarse, que no existe señal neurológica capaz evitarlo.
El día no había sido demasiado especial: ni bueno, ni malo, pero eran dos personas que conectaron desde el primer momento en el que se vieron, sólo unas cuantas horas antes, cuando unos amigos en común, los presentaron en aquel garito donde habían decidido empezar la noche.
A ella le gustó su pelo rizado y su voz grave, a él su sonrisa perfecta y sus ojos penetrantes. Según los cánones de belleza, ambos eran bastante atractivos, al menos hubo atracción física desde el momento en el que sus ojos se cruzaron.
Las copas y una buena cena les brindó la posibilidad de entablar una conversación amena sobre las distintas cosas que iban surgiendo, hasta que en el momento de despedirse de todos, él decidió acercarla a la casa. A pesar de no pillarle de camino no quiso dejar de verla por si el próximo día no fuese a llegar nunca.
En la puerta todos los sentimientos y pasiones se volvieron mucho más intensos hasta el instante en el que sus labios decidieron fundirse en aquel beso que irremediablemente daría pie a muchos otros.
Sin separar los labios por mucho más de un segundo, ella fue introduciendo la llave en la puerta, no querían que la noche acabase, porque para ellos estaba comenzando a convertirse en única.
Una vez dentro, mientras seguían dejando rienda suelta a su excitación, ella lo guió con sus brazos hasta el primer lugar del salón donde pudieron tumbarse, un sofá-cama de color azabache y una suave textura al contacto.
Poco a poco fueron desprendiéndose de las piezas de ropa que llevaban encima, a veces ellos mismos y otras veces uno al otro, hasta que al final la desnudez de ambos cuerpos quedó al descubierto y no pudieron evitar nuevamente que sus labios se juntasen en el más cálido de los besos, mientras sus manos tocaban cualquier lugar del cuerpo del otro, como si intentasen memorizar cada herida, cicatriz o músculo.
Sin duda el calor que desprendían era más que suficiente para seguir dejando que el erotismo los guiara, sin dejarse ninguna caricia olvidada ni ningún beso perdido. El instante en el que ambos se unieron fue todo aquello por lo que ambos cuerpos luchaban desenfrenadamente desde el primer beso.
Con un ritmo armónico, como la mejor de las melodías creadas por Strauss, fueron dándose placer mutuamente de incontables maneras, como si sus cuerpos jamás hubiesen probado el néctar de la pasión, hasta que en un grito ahogado por las sensaciones y la satisfacción del acto que acaban de realizar, los dejó en un momento de éxtasis que recordarían durante toda la noche que disfrutaron, mientras sus cuerpos desnudos continuaron fundidos en el cálido abrazo que los acercó al regazo de Morfeo.
lunes, 25 de julio de 2011
Desconocidos
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